sábado, 18 de mayo de 2013

LONDRES

Gran combinación de pepinos de cristal,
torres almenadas, clasicismo,
estalinismo, neogótico hostil.
Ciudad indiferente y fría donde las haya.
Capital del Imperio del Mal venido a menos.
Capital del peor país del mundo.
 
Tus rascatas de vidrio soplado
no descansan sólo sobre las espaldas sangrantes
de la población desafortunada que en tus suburbios

fríe tubérculos y vísceras en aceite de coche,
sino que también, sin comerlo ni beberlo,
se cuentan, en cada rincón del mundo,
por millones los desdichados que te sufren.
Como al Jerjes de la pelicula 300.
Como si una enorme ciudad se desplazara a su antojo
a hombros de toda una humanidad sometida.
 
Y no es que no seas interesante.
Están los carnavales, los mercados,
los laberintos de trastos expoliados, la comida irresistiblemente pésima.
Pero es que Britania ya no rula nada.
Ahora las invasiones, los embargos y los golpes de estado
se deciden en el otro lado del océano
y la cobarde Inglaterra, sin el primo de Zumosol y sus zipayos,
no se atrevería a chulear sola
ni a persas, ni a afganos, ni a libios ni a argentinos.
 
Subir al metro en Brixton, bajar en Bank;
allí es donde se juega a la ruleta rusa
con el destino individuos y naciones.
Probablemente el neoliberalismo fue inventado muy cerca,
por multimillonario deseoso de no pagar impuestos.

En la noche el puente de Londres se ilumina,
con su fuxia luz de prostíbulo.
Anclado muy cerca hay barco de guerra
y central eléctrica convertida en museo.

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